lunes, 18 de agosto de 2014

James Arthur - Impossible

Recuerdo que años atrás alguien me dijo que debía tomar precauciones cuando se trata de amor, lo hice  Y tú eras fuerte y yo no. Mi ilusión, mi error. Era imprudente, lo olvidé, lo hice. Y ahora que todo está hecho, que no hay nada que decir. Te has ido y sin ningún esfuerzo has ganado, puedes seguir con tu camino, diles. Diles todo lo que ahora sé. Grítalo desde los techos. Escríbelo en el horizonte. Todo lo que teníamos ahora no está. Diles que fui feliz y que mi corazón está roto.Todas mis cicatrices están abiertas.. Diles que lo que tanto esperé era...Imposible.


viernes, 8 de agosto de 2014

LOLA

Era un día triste, había perdido las ganas de continuar, de sonreír. Ella se sentía consumida, acabada, y ahora tenía síntomas en su cuerpo que le daban una razón más para seguir en cama: toz, dolor de cabeza, mareos y otros. Se había acostado en el dormitorio de sus padres mientras ellos estaban fuera, habían dicho que irían al supermercado y la dejaron con su hermana mayor, ya que le daba miedo quedarse sola, aunque ese no era en realidad su temor.
El sonido de la puerta se escucho a lo lejos y la hizo apagar el televisor, ella tenía ocho años cumplidos hace tan solo un mes y medio.
Su madre apareció en el dormitorio y coloco algo sobre sus piernas estiradas en la cama. Al principio ella no distinguió lo que era hasta que vio a aquella bola peluda y negra moverse y ponerse de pie torpemente. Un cachorrito, o  mejor dicho una cachorrita camino sobre sus piernas cayendo de un costado al otro, de una forma muy graciosa. Ella sonrió otra vez.
La tomo en sus manos y le recriminó: Nunca vas a poder reemplazarlo. La cachorrita le dio un lengüetazo en el rostro y otra sonrisa le robo.
Ese once de agosto llegó a la vida de la familia un ser lleno de luz y que cambiaría todo, que les daría alegría infinita.  
Luna, Kiara, Estrella, muchos nombres aparecieron en la difícil tarea de bautizar al nuevo integrante de la familia: Lola fue el elegido. Una novela de ese entonces había dado el puntapié inicial para esa elección y fue perfecta.
A partir de ese día empezó todo. Pasaron cada segundo posible juntas, jugaron, rieron y la cachorrita estuvo para ella en sus momentos más tristes y también en los más felices.
Cada vez que la madre de la niña iba a buscarla al colegio ahí estaba Lola, ladrando, moviendo la cola y saltando como si pudiera volar, como si pudiera tocar el cielo cada vez que la veía a ella.
El llegar a casa era una fiesta, la cachorrita recibía a todos cada día como si fuera un momento único e irrepetible. Los hacia reír y sentirse bienvenidos. Ella les daba amor y seguridad, aún cuando era casi imposible de dar.
Juegos tontos pero divertidos, aventuras increíbles y especiales rodearon su infancia. La niña de ocho años ya era una adolescente, la cachorrita ya había crecido, pero sus sentimientos, su afecto el uno por la otra eran aún mayores.
Ellas salían a pasear, iban al parque, dormían juntas, jugaban, eran felices.
A pesar de todo, la adolescente a veces no estaba siempre para ella, estudiaba, salía con sus amigos, hacia otras cosas, pero siempre la perrita estaba ahí, esperándola cada vez que ella entraba por la puerta. Volvía a festejar que su hermana había vuelto.
El paso del tiempo las marco. La adolescente tenía otros problemas, otras tristezas, otras dudas, estaba cambiando. La perrita empezaba a mostrar menos ganas de jugar y más ganas de dormir.
Las lágrimas de la joven eran siempre secadas por los besos de la perra y las ganas de jugar de la perrita volvían cada vez que la joven planteaba un juego nuevo junto con su hermana mayor.
Las tres jugaban a esconderse, a perseguirse una a la otra, a la pelota y a muchísimas cosas más.
Pasaron cumpleaños, alegrías, llantos, situaciones, paso la vida y con ello llego una complicación que sería la más triste de sus vidas. Con once años, la perrita tuvo un ataque, era verano, hacía calor y el día era insoportable. Ella no paraba de caminar de un lado para otro, se subía a los muebles y tiraba la cabeza para atrás, no eran signos alentadores pero la joven no podía aceptar ninguna noticia negativa sobre su mejor amiga, sobre su hermanita.
Una visita al veterinario hizo que todo saliera bien, al menos por el momento. La perrita volvió a casa, volvió a correr pero no tan seguido, a jugar, a subirse a la cama aunque con más dificultad y como siempre siguió dando amor.
La perrita tuvo varios exámenes médicos pero no podía decirse bien si era lo que todos sospechaban, lo que todos temían.
Los meses pasaron, un segundo ataque surgió. Esta vez de noche. La joven y su padre salieron corriendo en busca de algún lugar de emergencias. La perrita paso una noche difícil, no volvió en sí a pesar de que pasaron las horas y dejo de caminar, las malas noticias era inevitables.
Nuevos exámenes se le hicieron a Lola, todos estaban nerviosos, asustados, le pidieron a uno de los doctores que por favor no tardaran más tiempo en revisarla, que estaban hace una hora o más esperando para que la atiendan: “Hay casos más extremos” – dijo una. - ¿Más extremos? – le replico.
No hay nada más extremo que ver a alguien mal, no importa cuál sea la definición exacta de esa palabra. Mal es mal para alguien que está viendo a un ser amado pasando algo terrible.
La atendieron, la sondearon, le sacaron sangre. Todo lucia normal pero el conflicto era otro, era algo neurológico, algo que solo puede verse con una resonancia.
La perrita pasó una noche en su casa, con su familia. Ellos no sabían qué hacer, la decisión era más difícil que cualquier otra que hubieran tenido que tomar.
Muchos veterinarios dijeron que no ella no podía seguir, que tenían que despedirse de ella pero la joven no iba a aceptar eso.
¿Cómo podía dejarla ir sin luchar por ella? ¿Cómo iba a darse por vencida con alguien que amaba?
Internaron a la perrita, ella estuvo siete días allí. El lugar era muy bueno, atendían de una manera excelente a cada animalito pero obviamente el ambiente era depresivo. Perros y gatos eran visitados por sus parientes humanos, algunos no volvían a sus casas mientras que otros salían curados. Lola no había mejorado mucho, no caminaba y estaba sondeada pero comía y aunque muchos le decían a la joven que ella no los reconocía, no creía en sus palabras. Ella sabía que Lola los veía, en varias ocasiones su perrita la había besado como lo hacía antes, levantaba las orejas al escuchar su voz y la miraba cuando se alejaba. La reconocía, para ella eso era la única verdad.
El séptimo u octavo día de internación le dieron el “alta” a Lola. Los médicos le advirtieron que no volvería a caminar y le sacaron un turno para hacer la resonancia, la única prueba que iba a dictar lo que ella tenía.
En el auto camino al lugar para hacerle el estudio la perrita estaba abrazada con la joven, y sin más empezó a caminar, tambaleándose como el primer día que había llegado y que había caminado sobre sus piernas en la cama.
Todos sonrieron, la suerte se había volteado aunque sea un poco.
El estudio dictamino la realidad, había un tumor en su pequeña cabecita, no era operable, no iba a desaparecer e incluso podía crecer. Fue la noticia más triste de sus vidas, o al menos de la mía.
Porque no puedo decir lo que sintieron los demás, solo puedo decir lo que sintió y siente esa joven, puedo decir lo que siento yo, ella.
Lola iba a estar medicada, se iba a intentar darle una vida más larga para que pudiera continuar a nuestro lado, para que pudiera seguir aquí.
Hubo altos y bajos. Su neurólogo venia a verla seguido y cada vez que él venía ella parecía fresca, sana, se subía al sillón, caminaba, y no parecía pasarle nada.
Ella como siempre siguió dando amor incondicional, haciéndome reír, calmando mis pesares y estando a mi lado.
Dejaba de caminar unos días y volvía a resurgir de las cenizas como el ave fénix.
Paso su cumpleaños numero doce, por dentro todos estaban felices ya que no habían creído que ese día llegaría pero aquí estaba. Un año más, doce años que cumplía Lolita.
Habían conflictos en la familia, la moral, la ética, la vida y la muerte eran temas comunes. Nadie quería ver sufrir a lo más lindo de su vida, nadie quería dejarla ir tampoco pero era un tema muy delicado, cada uno tiene distintos pensamientos y ninguno tenía razón o no.
Por mi parte yo no quería dejarla ir, no quería que ella no pudiera pelear, quería que ella decidiera o no como seguir. Lloraba y sufría al sentirme en conflicto conmigo misma.
No había nada más importante en mi vida que ella, era mi todo.
El ultimo mes dejo de caminar por tres días, no podía ir a hacer sus necesidades y bañarla seguido se hizo habitual. Volvio a resurgir, a caminar, la decisión era aun más difícil de tomar. No iba a tomarla, no iba a hacerlo.
Recuerdo que comenzó a caminar cuando estábamos solas, ella y yo en casa. Le serví comida en su plato y ella se paro y camino conmigo para comer, luego nos pusimos a caminar por toda la casa, yo estaba feliz por eso e incluso la grabe, estaba emocionada de verla así y ella también. Cuando se canso la volví a acostar, contenta por su logro.
Un domingo me fui de casa, salí a pasear, salude a Lola y me fui. Cuando volví ella no caminaba, y no volvió a hacerlo.
Visitamos a su veterinaria, ella opinaba igual que yo, que no podía tomar esa decisión, que era difícil y que había que respetar las decisiones de todos.
Con el correr de los días nos dedicamos completamente a mi perrita, a mi bebita. Tuvo problemas en la piel, hubieron cuidados especiales para ella, le di de comer en la boca y ella estaba con un apetito impresionante. Había que ayudarla con sus necesidades y con otras cosas.
Estaba cansada pero no me importaba, ella lo valía todo.
El día que dejo de querer comer de mi mano sentí una puntada en el pecho, yo sabía lo que pasaba y sabia lo que iba a pasar pero eso no lo hacía menos doloroso.
Al otro día empezó a respirar mal, hable con mi psicóloga al respecto. Hasta ese momento Lola no había sufrido pero ahora no sentía que estuviera bien dejarla así, respirando mal, eso sin dudas debía ser molesto y terrible, asi que tome la decisión.
Volví a casa y no me separé de su lado, en medio hubo otra discusión, otra decisión difícil, pero no es importante ahora.
La noche del jueves 31 de julio me acosté a su lado después de comer, la mire a los ojos, la abrace, la mime, le di agua aunque ella no estaba muy a gusto con eso, no quería ingerir nada, le jugué un poco y levanto la cabecita en ese momento, se acerco a mi cara y me beso (yo sentí que me dijo - no tengo ganas de jugar) pero podría haber sido cualquier cosa.
Hablé con ella, le dije todo lo que sentía, recordé momentos juntas, confesé que ya estaba destrozada por dentro y que me sentía devastada. Le pedí por favor que no me obligara a tomar la decisión, que no podía hacerlo, que no me sentía feliz con eso. Le dije que la amaba y que nunca ni por casualidad iba a olvidarla.
Ella me dio un besito, como aquel que me dio el primer día, mirándome a los ojos.
Nos recostamos juntas en su cucha con su cabeza en mi hombro.
A las dos de la mañana sentí frió, le di un beso y sin darme cuenta, completamente dormida, me acosté en mi cama, con su cucha al lado. Luego se fue.
Siento que con su partida una parte de mi se fue con ella. Que nunca nada va a ser lo mismo y ver sus lugares, sus recuerdos me entristecen y al mismo tiempo me dan alegría, está teñido de muchos colores el sentimiento, es imposible no sonreír con tantos recuerdos lindos, y eso al mismo tiempo me entristece porque sé que no está más aquí conmigo.
Ha pasado una semana desde que te fuiste y aun no comprendo cómo el mundo puede seguir sin vos, como la vida continua.
Un perro, es un amigo fiel, es un compañero leal, que siente y lo único que le importa es dar amor.
Nunca voy a olvidarla, nunca nadie va a reemplazarla, nunca voy a dejar de amarla.
El amor de un perro hacia un hombre es infinito, y el que tuvo un perro alguna vez en su vida sabe que eso es reciproco, que el amor es infinito y que ellos dejan huellas en nuestros corazones que NUNCA podremos olvidar, ni querremos hacerlo.


                                        Para mi infinito, mi vida entera, mi mejor amiga, para Lola. 
                                                      Siempre vas a estar en mi corazón.